una cuestión fundamental que es infrecuentemente abordada: ¿a partir de qué momento existe un ser humano? Los partidarios del aborto dirán que únicamente a partir del nacimiento; y los opositores afirman que desde el momento de la concepción. Pero tan extraño resulta afirmar que dos células unidas son un hombre como negar la existencia de un bebé humano el día anterior al parto.
La paradoja radica en la naturaleza continua del desarrollo de la vida, y explicaré porqué. Los seres humanos estamos acostumbrados a pensar el mundo en variables dicotómicas, es decir, variables que no pueden tomar más de dos opciones: Se es, o no se es. Eres un ingeniero o no lo eres. Está lloviendo o no lo está. En ocasiones llegamos a concebir variables discretas con más de dos opciones, pero con un número limitado de ellas: Eres bebé, niño, adolescente u hombre. El día esta muy frío, frío, tibio, caliente o muy caliente.
Ese esquema mental clásico impide visualizar lo que es un hecho innegable: muchos fenómenos (quizás la mayoría) presentan una infinitud de posibles estados, de forma tal que es imposible crear dos o seis categorías para clasificarlo.
Pensemos en el crecimiento de un ser humano, que es justamente la variable de interés con respecto al aborto: no podemos decir que crecemos en un momento determinado. Se trata de un proceso continuo, tejido por innumerables, minúsculos e imperceptibles cambios en nuestro cuerpo. Llega un momento en que nos percatamos de ello: somos adultos. Pero que la conciencia se presente en una fecha no implica que el cambio se haya dado en ese momento. No es claro un instante en que los niños se vuelvan adolescentes; tampoco sabemos en que momento exacto alcanzamos determinada estatura.
Como somos poco aptos para concebir variables continuas, nos inventamos ritos de iniciación para marcar diferenciaciones. La niña se hace mujer el día de sus quince años; para ser un hombre antes bastaba con dejar los pantalones cortos, ahora los adolescentes piensan que lo logran fumando, tomando, o a través de su primera relación sexual. Estos ritos hacen de esa transición continua – mentalmente angustiosa- una aliviadora ceremonia puntual.
Así mismo ocurre en el vientre materno: milésima de segundo tras milésima de segundo, en un nivel celular que es invisible a nuestros ojos, la mórula se va transformando en bebé sin que podamos ser conscientes de ello. Esta es la razón por la cual a las categorías de ser o no ser hay que agregar una más: el devenir. No existe un punto exacto en el que uno se vuelva ser humano: uno va llegando a serlo milisegundo tras milisegundo.
Es como la paradoja de Zenón: si pensamos en términos discretos, la tortuga avanza la mitad, y luego la mitad de la mitad del camino que le hace falta para llegar a la meta, sin alcanzarla nunca. Empero, es evidente que finalmente alcanza la meta y es superada por Aquiles, porque la distancia es una variable continua. Recomiendo entonces a politólogos y profesionales de la bioética un repaso de sus nociones de matemáticas: serían muy útiles para la resolución de sus problemas, aunque no lo parezca. Sobre la paradoja de zenón, les recomiendo esta página, de la que he tomado la imagen.
En un próximo post, haré una propuesta lógica para la penalización del aborto, consecuencia natural del principio de la continuidad del crecimiento del ser humano.
En un próximo post, haré una propuesta lógica para la penalización del aborto, consecuencia natural del principio de la continuidad del crecimiento del ser humano.
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