domingo, 21 de enero de 2007

MÁS CIENCIA PARA LOS TEMAS POLITICOS: LAS PENAS PARA EL ABORTO (II)

Y si aceptamos lo dicho en el post anterior, ¿qué debemos hacer frente a la penalización del aborto? Lo primero es entender que el momento de la concepción es el segundo cero o punto de partida de ese proceso infinitesimal del desarrollo de una vida; y el día del parto marca el momento final en que todos acordamos que existe un ser humano. En el medio, hay una variable continua, y como tal se debe tratar. Es inconcebible que la muerte de un octomesino tenga una pena irrisoria mientras esa misma muerte al día siguiente del parto sea considerada como un homicidio, además agravado por ocurrir en la persona de un niño.
¿Cómo se tratan las variables continuas? En el campo matemático, se utilizan las funciones continuas, que permiten modelar de manera mucho más inteligente este tipo de fenómenos. Para los casos en que el aborto es aún ilegal ¿cuál debe ser la pena? Si en un eje X se traza una función continua de edad desde la concepción al nacimiento cuyo rango en el eje Y oscile entre la pena mínima de aborto hasta llegar a la pena de homicidio mínima , dispondremos de una herramienta, sino más justa por lo menos más inteligente para establecer una penalización en cualquier punto del embarazo. A manera de ejemplo utilizo en el gráfico una línea recta continua para visualizar esta idea.

Pero no necesariamente la línea recta es la mejor alternativa. De acuerdo a los conocimientos médicos se podría pensar en funciones continuas aún más razonables. Podríamos, por ejemplo, tener una curva en forma de S. En el primer trimestre del embarazo se tendría un pequeño aumento de las penas; en el desarrollo del segundo semestre un aumento pronunciado, que llevara a la finalización del segundo semestre con una pena cercana a la de homicidio, puesto que el feto ya casi es viable como ser humano; y para el tercer trimestre un crecimiento suave que terminara en el día del nacimiento con la pena de homicidio.
Una solución sencilla y racional concebida hace más de dos siglos podría ayudar a zanjar una discusión paradójica y que parece de nunca acabar. Sin embargo, el establecimiento y la opinión pública insisten en el análisis emocional de los problemas y olvidan recurrir a las herramientas que la ciencia les brinda; y, por su parte, los científicos están demasiado ocupados para sacar la cabeza de sus agujeros. La comunicación entre seres humanos, que aparentemente es tan fácil, pero en la práctica es tan difícil, es la clave para superar estos diálogos de sordos entre ciencia y sociedad que es una de las mayores fuentes de improductividad y de derroche de recursos en el mundo actual.

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