viernes, 23 de febrero de 2007

TEMPORADA DE HURACANES 2006 Y SELECCIÓN ADVERSA


He escuchado muy poco acerca de la temporada de huracanes de 2.006 en el Mar Caribe. Quizás porque fue una de las temporadas con menos huracanes y tormentas tropicales de los últimos tres lustros. De acuerdo con el centro nacional de huracanes de los Estados Unidos, solo se formaron nueve tormentas y cinco huracanes, haciendo del 2.006 la temporada más inactiva desde 1.997. Por el contrario, se encuentra mucha información acerca de la temporada 2.005 y su famoso huracán Katrina.


La desinformación sobre el 2.006 configura un silencio cómplice, sobre todo entre aquellos que a principios de ese mismo año vaticinaban el Apocalipsis en el Caribe, culpando del aumento en los huracanes a las emisiones de monóxido de carbono, el afán consumista del mundo occidental y la caza indiscriminada de focas. La naturaleza les tapó la boca.
La temporada de huracanes del 2.005 desató en la opinión pública tres poderosas fuerzas humanas que se oponen al buen criterio científico: la fijación occidental con el Apocalipsis, (espero hacer un post sobre ello), el efecto túnel que nos lleva a recordar sólo lo más reciente, y la selección adversa.
La selección adversa es una propiedad de la memoria que nos lleva a recordar solo aquello que nos ha causado una emoción fuerte o una sorpresa. Ejemplos clásicos de la selección adversa son las leyes de murphy: siempre recordaremos el día en que el pan cayó al piso por la cara de la mermelada o el día en que la fila del tráfico de al lado avanzó más rápido, pero olvidamos instantáneamente las decenas de veces que no ocurrieron desastres con el pan y los cientos de días que las filas avanzaron a ritmos similares o favorables a nosotros.

La selección adversa también es la causa de que creamos en los presentimientos: Siempre recordaremos el día que tuvimos una vaga sensación de temor en el momento en que algo malo ocurría, pero hemos olvidado los cientos de veces que esas miedos vagos no concurrieron con eventos desfavorables, o las veces que, sin haber tenido sensaciones previas de miedo, ocurrieron fatalidades. Esta ingenuidad lleva a que gran parte de la raza humana se crea “conectada” con un algo invisible que le permite anticipar hechos importantes en sus vidas. (Aquí no tengo en cuenta las veces en que los indicios verídicos de una posible fatalidad, trajeron el miedo a nosotros: en este caso no hay presentimiento, sino previsión).

La cordura científica invita a no apresurarnos en declarar el Apocalipsis en forma de huracán en el mar Caribe para el año 2.007, pero también nos invita a no descartar la posibilidad de que lleguemos a tener una temporada bastante dañina. Un buen científico, dada la alta variabilidad de los fenómenos climáticos, siempre pedirá aguardar más antes de sacar conclusiones apresuradas. El dato bajo del año 2.006 impedirá que, aún con tres temporadas altas, concluyamos que realmente estamos viviendo un cambio fundamental en los ciclos de las temporadas de huracanes, y eso lo sabe cualquiera que haya estudiado los fundamentos de las series de tiempo.
Una sola golondrina no hace verano. La temporada del 2.005 no es suficiente para alarmarnos por el cambio climático. Los datos que tenemos son aún escasos y contradictorios, y la hipótesis que debemos mantener es que los años altos hacen parte de ciclos naturales, y no de Apocalipsis programados para este milenio. Pero para ello es necesario que conozcamos la existencia sicológica de la selección adversa y entendamos que la parsimonia es una de las características claves del método científico, método que nos ha brindado todas las comidades y seguridades de la vida moderna, algo que cientos de años de profetas apocalípticos no pueden darnos.